Cien millones de años en una gota de ámbar

ENRIQUE SANCHO
La extraña avispa sobrevolaba aquellos inmensos bosques tropicales que no parecían tener fin. Llevaba un rato buscando el lugar adecuado en el que posarse para depositar sus huevos, pero no era fácil de encontrar. Si no fuera para la carga extra que llevaba en su frágil cuerpo, habría disfrutado del paisaje que circulaba bajo sus alas.

Esa tierra, que decenas de millones de años más tarde se llamaría Cantabria, era ahora un paraíso tropical. En el cercano mar crecían corales y vivían cientos de especies de bivalvos, serpúlidos y briozoos; las colinas y los montes estaban cubiertos de coníferas resinosas y gigantescos helechos y abundaban las lagunas poco profundas, amplias zonas encharcadas y manglares. Justo al lado estaba un estuario que recogía las aguas de varios ríos. Desde hacía poco, apenas unos cientos de miles de años, entre la vegetación habían aparecido unas raras manchas de color que atraían la atención de la avispa. Más tarde las llamarían flores.

Parecía un día tranquilo, uno más en el que los insectos y otros artrópodos de tamaño similar a ella -chinches, moscas, liendres, arañas y la peligrosa mosca serpiente- habían comenzado su rutina en busca de alimento. Ya hacía días que no se habían dejado ver por la zona aquellos enormes animales que devoraban todo lo que encontraban a su paso y que hacían temblar el suelo al caminar.

La avispa se acercó a uno de los árboles donde creyó encontrar lo que buscaba. El peso de los huevos en su largo abdomen le obligaba a descansar y ejercer la tarea fundamental para su reproducción. Necesitaba encontrar un grupo de orugas haciendo galerías en la madera del árbol. Luego, atravesaría la madera con su aparato ovopositor y colocaría sus huevos dentro de la oruga. Ese sería un buen nido para sus larvas y la propia oruga les proporcionaría su primer alimento cuando nacieran. La devorarían viva por dentro. Era un procedimiento cruel, pero la supervivencia en aquellos tiempos no era fácil.

Con un suave vuelo, la avispa se posó sobre la corteza y comenzó su inspección en busca de los orificios. De momento no vio nada, pero un pálido brillo llamó su atención. Aquello era nuevo, tenía un color atractivo y parecía apetitoso. Se acercó. Era brillante y de un tono dorado. Se acercó un poco más. Aproximó la cabeza y luego una de sus patas, después otra. Trató de caminar sobre aquella superficie brillante, pero algo iba mal. Sus patas no se movían. Hizo un esfuerzo mayor pero sólo consiguió que todas ellas quedasen atrapadas. Aquella resina, de tan buen aspecto, terminó envolviendo a la avispa que nunca lograría deshacerse de sus larvas. La vecina oruga siguió excavando galerías tranquilamente.

110 millones de años después

En aquellos días, principios de 2005, la prioridad era terminar a tiempo la carretera que conducía a la cueva de El Soplao, que estaba a punto de abrirse al público y que atravesaba los municipios de Rionansa, Herrerías y Valdáliga. Las obras de acondicionamiento de esta espectacular cavidad geológica, única en el mundo, se habían realizado en un tiempo récord, gracias al empuje del Gobierno de Miguel Ángel Revilla y, muy particularmente, de su Consejero de Cultura, Turismo y Deportes, Javier López Marcano que había puesto en ello todo su empeño político y personal. No en vano es hijo de minero y conocía bien el potencial turístico y científico de El Soplao.

Pero las máquinas que abrían el camino hacia la cumbre se toparon en una de las cunetas con algo que no esperaban. Los expertos que hicieron la primera inspección enseguida determinaron que podían estar ante una de las mejores reservas de ámbar de Europa. De un raro ámbar, además. Pero había que esperar, había otras prioridades.

Pasaron más de tres años, hasta que en octubre de 2008, entre el 20 y el 31, se realizó la primera excavación paleontológica, por un equipo dirigido por Idoia Rosales, del Instituto Geológico y Minero de España y varios científicos del propio Instituto y de la Universidad de Barcelona: María Najarro, Enrique Peñalver, Xavier Delclòs, Carmen Soriano y Ricardo Pérez de la Fuente.

Tras las primeras apreciaciones se llegó a la conclusión de que el hallazgo es único en su especie y puede convertirse en el mejor «laboratorio mundial» para conocer cómo era la Tierra hace 110 millones de años.

Pasados los meses, los nuevos hallazgos en el ámbar del Soplao ratifican la idea del carácter excepcional y destacado del yacimiento. Y es que las piezas que van surgiendo son únicas y resaltan por su «cantidad, variedad y calidad», al incluir artrópodos. Atrapados en el ámbar se han encontrado minúsculos mosquitos, avispas, arañas y otros insectos ya extinguidos. Ahí radica una de las importancias de este tesoro, en el que también se han encontrado dentro del ámbar fosilizado restos vegetales y de coníferas.

El depósito de ámbar de El Soplao data de hace 110 millones de años y corresponde al Cretácico inferior. Este tipo de yacimientos son escasos en el mundo, especialmente aquellos que contienen bioinclusiones (insectos o plantas atrapados), como es el caso del Territorio Soplao. Hasta ahora destacaban los descubrimientos hechos en Oriente Medio (Líbano, Israel y Jordania), al oeste de Francia, el sur de Inglaterra y en el noreste de España. Pero, a decir de los expertos, el ámbar obtenido en muchos de ellos no tiene inclusiones de artrópodos. Por ello, los investigadores dan como casi seguro que el yacimiento del Territorio Soplao se ‘desmarque’ de los dos que hasta la fecha estaban considerados como los más llamativos de España: Peñacerrada-Moraza (Álava) y Sant Just (Teruel).

Ámbar azul

Se trata, según explican los científicos, de un ámbar de origen sub-aéreo, pero también se han encontrado piezas exudadas en otras partes de las plantas. Además, y por su gran interés gemológico, sobresale una pieza de gran tamaño de ámbar azul -probablemente formada en las raíces y con forma de riñón-. El ámbar azul es escaso y sólo se han localizado piezas similares en la República Dominicana, lo que da una clara idea de la singularidad de esa ‘joya’.

El ámbar suele encontrarse en pequeñas cantidades y generalmente en las orillas de los ríos o el mar. La gran superficie de ámbar hallado en El Soplao, de al menos unos 25 metros, se explica por el paleoincendio que lo originó según la hipótesis más probables, ya qye junto al ámbar se ha encontrado madera carbonizada fósil o fusinita, que corresponde a las brasas del fuego. «Es madera que se quemó muy rápido y a temperatura muy elevada», según los expertos. El detonante del incendio podría haber sido un rayo de una tormenta ya que, por aquel entonces, las concentraciones de CO2 en la atmósfera eran mayores que en la actualidad y Cantabria tenía un clima tropical, con abundantes tormentas y huracanes. A ello se suma la existencia de bosques muy resiníferos y, por tanto, susceptibles de quemarse y una mayor concentración de oxígeno en la atmósfera que también era mayor que ahora, lo que ayudaría a que se produjesen grandes incendios forestales.

El fuego dejó el suelo desprotegido frente a la erosión y, durante los siguientes años, el agua arrastró hasta la costa enormes cantidades de brasas y resina junto a la madera no quemada que posteriormente se convirtió en los depósitos de lignito que también se encuentran en el yacimiento, junto a una gran cantidad de hojas fosilizadas.

En las excavaciones llevadas a cabo han aparecido cerca de medio centenar de insectos correspondientes a ocho órdenes diferentes, fundamentalmente mosquitos, avispas y escarabajos. Hay un ejemplar de una mosca que presenta una morfología muy peculiar, que nunca había sido encontrada en ámbar español y que, con seguridad, corresponde también a una especie no descrita hasta ahora. Durante el lavado de las piezas extraídas del yacimiento se han encontrado un total de siete ejemplares, dos de ellos son avispas que con toda seguridad corresponderán a géneros y especies nuevas. Una de ellas es una hembra que muestra el aparato de poner los huevos al final de su abdomen y que nunca lo consiguió.

El Soplao, la magia hecha piedra

El yacimiento de ámbar de El Soplao, algunas de cuyas muestras pueden verse en el edificio de recepción de la cueva, es un atractivo más de esta cavidad que permaneció durante milenios oculta a los ojos de los hombres, pero no a la acción de la naturaleza. Los más de 30 kilómetros de galerías que componen la Cueva del Soplao que, si bien fueron utilizados en tiempos recientes por los hombres para extraer su mineral constituyendo también un excepcional patrimonio de arqueología minera, destacan sobre todo por su peculiar interés geológico. Las sensacionales formaciones que la cavidad alberga en su interior dan lugar a todo un juego de claroscuros, sensaciones, colores y formas que desafían las leyes de la lógica.

En El Soplao hay cientos de estalactitas y estalagmitas, columnas y banderas de piedra, pero destacan especialmente los elementos con formas excéntricas, que crecen componiendo todo tipo de círculos, espirales, tirabuzones, etc. incluso sin tener en cuenta la gravedad. La calidad, blancura y sobre todo la abundancia de sus formaciones en aragonito y calcita la convierten en una cavidad única que será declarada Patrimonio de la Humanidad más pronto que tarde.

El Soplao es una cueva única e irrepetible, una referencia para la espeleología mundial, de la misma manera que Altamira lo es para el arte prehistórico. Su interior constituye una maravilla geológica y espeleológica a nivel internacional. Adentrarse en este universo interior no fue tarea fácil y, precisamente por ello, sus encantos han permanecido ocultos en el tiempo para la mayoría.

La cueva El Soplao tiene verdadera significación universal, pues al alto valor medioambiental que posee hay que añadirle sobre todo su altísimo valor estético, representado por la abundante y compleja diversidad de formaciones excéntricas que atesora, sin parangón en el mundo subterráneo. Dentro de este apartado hay que destacar el «falso suelo», una zona considerada por todos los espeleólogos como la «Capilla Sixtina» del mundo subterráneo, por su grandiosidad, disposición y conservación.

Junto a las excéntricas conviven en perfecta armonía, un particular universo de formaciones verticales (estalactitas y estalagmitas) y coladas de múltiples colores. Son también destacables las pisolitas, más conocidas como perlas de las cavernas. Estas curiosas formaciones deben su nombre a su similitud con las perlas de las ostras. Están producidas por el depósito de finas capas de calcita alrededor de un núcleo constituido por cualquier materia (partícula de cuarzo, calcita, bolita de arcilla o incluso hueso). Por lo general son esféricas, lisas y con apariencia de porcelana, tan perfectas como la de las ostras. En la cavidad se presentan como «mantos» cubriendo una superficie de varios metros, o a modo de nidos, pero nunca aisladas.

El recorrido turístico de la cueva, o «de pasarela» es de unos 1.200 metros, puede hacerse incluso de silla de ruedas y hasta la cueva se accede en una réplica de tren minero. Hay otro tramo abierto al público con el nombre de Turismo-aventura en el que los visitantes podrán recorrer hasta 3 kilómetros dentro de la cueva, cuya longitud total es de 14 kilómetros. La visita requiere una indumentaria especial, caso con luz y botas de agua (info: tel.: 902 82 02 82 y www.elsoplao.es).

Más información:

Turismo de Cantabria
Tel.: 901 111 112

www.turismodecantabria.com
www.elsoplao.es