Ni Woody Allen la eligió como escenario de fondo para su película española ni Oscar Niemeyer pensó en ella para crear su gran centro artístico. Y sin embargo ni Oviedo ni Avilés, ciudades junto a las que pretendió conseguir la capitalidad cultural europea de 2016, han logrado eclipsar el particular momento de esplendor que atraviesa.

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Gijón, la villa marinera entregada en cada soplo de viento al Cantábrico, no parece la misma. Su corazón industrial se ha reblandecido para dejar paso, incluso vía libre, a una nueva forma de entender la vida, que se intuye en galerías y museos, entre sus animadas plazas y el remozado puerto, en termas, bares y tiendas de diseño. También, en un sinfín de festivales, de música, cine, gastronomía, que la hacen cada día más apetecible. Aires nuevos recorren sus calles. Pero, eso sí, aquí nadie deja nunca de mirar al mar.

Y es que el agua, las olas, la sal marcan el carácter de Gijón y sus habitantes, sobre todo el de esa inmensa mayoría que llueva o haga calor recorre ese kilómetro y medio de extensión de la playa de San Lorenzo, cada vez más poblada de surfistas, o, en su defecto, del paseo del Muro que discurre en paralelo. Para sentirse gijonés hasta la médula hay que cumplir con el ritual y pisar la arena dorada, sí, es dorada, tras descender los peldaños de la señorial escalerona, el acceso número cuatro. Y seguir después hasta la escultura de La emigrante, que todo el mundo llama por aquí la Lloca del rinconín, la “loca”, por su pelo crispado y su expresión de tristeza.

El oscuro rockero Nacho Vegas, uno de los cantantes más populares surgidos del pujante movimiento cultural de Gijón, se refiere a ella en uno de los temas de su último trabajo, La zona sucia. También habla del Musel, porque, ¿acaso hay alguien que no hable del Musel? El viejo puerto comercial ha pasado a ser un superpuerto último modelo en apenas unos años: tiene nuevo dique, nueva dársena y, por supuesto, nuevas dimensiones tras ganar al mar 140 hectáreas. Aquí es donde se asienta, precisamente, el futuro económico y turístico de la ciudad, gracias a la creación de la primera autopista marítima de España, que une Gijón con Nantes. Una excelente a la carretera, no solo para contenedores de mercancías sino también para viajeros al uso.

Pronto surgirá, entre El Musel y la playa del Arbeyal, otro puerto, este deportivo, con el que la ciudad aspira a renovar todavía aún más su oferta de ocio. Aunque si hablamos de actividades lúdicas tenemos que fijarnos mejor en la playa de Poniente, donde un gran centro de talasoterapia sirve para continuar la tradición termal iniciada en el siglo I en las termas romanas de Campo Valdés, en Cimadevilla, y recuperada allá por el año 1858, cuando la reina IsabelII quiso hacer un poco de “turismo salado”. Gracias a ella, el primer balneario gijonés abrió sus puertas en 1874, aunque, imaginamos, nada tendría que ver con el espectacular Talaso Poniente de hoy, un edificio de tres plantas donde todos los tratamientos se realizan con agua marina.

Esa misma agua que relaja y da lucidez al cuerpo es la que nutre los depósitos del fantástico Acuario de Gijón, que en este 2011 cumple su primer lustro de vida. Por sus instalaciones, con más de 4.500 metros cuadrados, el visitante pasa del mar Cantábrico al mar Rojo, del océano Atlántico a los arrecifes de coral del Pacífico. Y a cada paso, habitantes llegados de aquí y de allá: hay oricios y cabrachos, claro; pero también tiburones, peces guitarra, tortugas verdes, y dos nutrias que pasan por ser los inquilinos más simpáticos del lugar.

Y es que Gijón sabe a mar, a cultura, a fiesta, a naturaleza en estado puro. Y, por todo ello, forma parte de una curiosa asociación, la de las Cool Cities Green, compuesta por diferentes ciudades del norte de España, entre ellas, A Coruña y San Sebastián, que quieren reivindicar su carácter cosmopolita así como su compromiso con el arte y la vida saludable.

Dónde perderse

En otras palabras, destinos slow, a los que merece la pena llegar y quedarse. La villa asturiana cuenta con innumerables sitios por los que perderse despacio, como por ejemplo el Jardín Botánico Atlántico, que a pesar de ser muy joven, incorpora en sus colecciones el Monumento Natural de La Carbayeda de El Tragamón, un bosque natural con árboles de hasta 400 años.

Ese remanso de paz y serenidad que conforma el Atlántico está muy cerca del que es por méritos propios el principal emblema cultural de este Gijón del siglo XXI: el Laboral Centro de Arte y Creación Industrial, situado en unas naves de la antigua Universidad Laboral. En su blanco armazón se esconde un centro dedicado al arte, la ciencia, la tecnología y las industrias visuales avanzadas. Su programación, desde exposiciones de lo más vanguardistas hasta conciertos y talleres, es fiel reflejo de los cambios experimentados por la sociedad en los últimos tiempos y su inmersión en la actual cultura visual.

Nuevos lenguajes creativos que tienen su hueco en Gijón no solo aquí, sino también en el museo Juan Barjola de arte contemporáneo, ubicado en un edificio histórico, un palacio con su capilla, en el centro de la ciudad. Visitarlo es una buena excusa para pasear por el casco urbano, por el que cada vez transitan con más gusto los cazadores de tendencias locales, que también existen. Desde la peatonal calle Corrida es fácil perderse por un entramado de calles no tan famosas en las que descubrir esos must que bien podrían hacernos pensar que estamos en Nueva York, Londres o Madrid. Destacan los originales tocados de La Troupe (Instituto, 33), los artículos de regalo de La Ola (San Bernardo, 20), los zapatos de Extreme (San Agustín, 14), los aires vintage de Latwin (La Merced, 25) y todo lo que ofrece La Lucha (Cabrales, 5), una tienda con mucho estilo y prendas que hacen las delicias de los más fashionistas.

Qué degustar

¿Hemos dicho delicias? A lo mejor es que ha llegado la hora de sentarse ante una buena mesa asturiana y probar unas fabes, o no. Porque Gijón también ha renovado su recetario. Y si alguien no lo cree basta con echar un vistazo a la carta de la centenaria Casa Gerardo, donde hay un plato para cada comensal. Para clásicos, pitu caleya. Para modernos, bacalao blanco y negro al aroma de tartufo y polvo de calamar. Además, el Ayuntamiento ha diseñado una serie de rutas con sabor para que nadie se pierda los mejores cócteles, los mejores dulces, el mejor queso y esos chigres donde tomar culines de sidra entre amigos. Aires nuevos recorren la ciudad, sí. Aunque para sentir el viento en la cara hay que recurrir a un lugar de esos que ya son eternos: el Elogio del horizonte desde el que la vista se baña definitivamente en el mar.

Información de interés:

www.gijon.info
www.iberia.es
Jardín Botánico Atlántico
www.laboralcentrodearte.org
Palacio de Revillagigedo
www.museobarjola.es
www.heladeriaislandia.com
www.casa-gerardo.com