La ciudad más antigua de Francia se prepara como Capital Europea de la Cultura en 2013

Enrique Sancho
Alejandro Dumas, que la conoció bien y que ambientó aquí su más célebre novela, la definió como «el punto de encuentro de todo el mundo». Su vocación marinera y su situación en el Mediterráneo hicieron de Marsella una ciudad de acogida y de fusión. Con 26 siglos de historia a sus espaldas, mira abiertamente hacia el futuro. Puede que la imagen que el mítico Edmond Dantès tuviera al enfilar la bocana del puerto de Marsella, convertido ya en Conde de Montecristo, fuera muy diferente a la de hoy, casi 200 años más tarde, pero sin duda sus emociones al contemplar las dos magníficas fortalezas que la resguardan serían similares a las que experimenta el viajero que entra a bordo de un típico barco marsellés en el Vieux Port de esta ciudad, la más antigua de Francia. Y la segunda más poblada.

Y es que las imponentes siluetas del fuerte San Juan a babor y de San Nicolás a estribor dan una idea del turbulento pasado de esta ciudad donde no han sido extraños griegos y romanos y donde han dejado sus huellas construcciones religiosas medievales, fortificaciones del siglo XVI, lujosas residencias de los siglos XVII y XVIII y los numerosos edificios prestigiosos construidos en el siglo XIX. Por supuesto, Marsella también es moderna y futurista. Ahí está la Unité d´Habitation del visionario Le Corbusier y los vanguardistas proyectos que verán la luz en 2013 cuando esta ciudad mediterránea se convierta en Capital Europea de la Cultura.

El fuerte de San Juan será en 2013 uno de los símbolos de la ciudad ya que acogerá, junto a varios modernos edificios, el MUCEM, Museo de las Civilizaciones de Europa y del Mediterráneo. Pero también lo es ahora, como lo viene siendo desde el siglo XIII cuando la orden de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén (la futura Orden de los Caballeros de Malta) se instaló allí y dio nombre al barrio. Curiosamente tiene un foso que lo aísla de la ciudad, y sus cañones, como los del fuerte San Nicolás, apuntan a la rebelde Marsella y no al mar. Se ve que había más peligro dentro que fuera en aquellos años. Asedios, explosiones y una terrible epidemia de gripe en 1720 marcaron la historia del lugar todavía hoy parecen estar demasiado presentes.

La ciudadela de San Nicolás, «un fuerte de opereta», parece concebida para calmar la furia de los marselleses y para asentar la autoridad de un monarca, consciente de su falta de popularidad en una ciudad cuya relación con la corona de Francia databa de menos de dos siglos. Y esa relativamente mala disposición frente al poder central y la rivalidad con París siguen todavía hoy. Ni siquiera el gesto heroico de enviar 500 voluntarios para defender la capital en 1792 cantando una nueva y pegadiza marcha compuesta por Rouget de Lisle en Estrasburgo y bautizada desde ese momento como «La Marsellesa» ha podido borrar las rencillas.

Detrás del fuerte de San Juan se encuentra el pintoresco barrio de Panier, uno de los más antiguos, hoy poblado de pequeños cafés y comercios tradicionales, entre los que no faltan las típicas tiendas de jabón, que lo presentan de mil formas, colores y olores. En el centro del barrio está la antigua Charité, un lugar creado en 1640 tras la petición real de «encerrar en un lugar limpio y escogido a los pobres nativos de Marsella». Desde 1986 es un centro multidisciplinar de vocación científica y cultural, que alberga museos y que recibe exposiciones itinerantes.

Ambiente portuario

Aunque la utilidad y el ambiente del puerto han cambiado en los últimos años y hoy abundan los apartamentos y hoteles de lujo y los yates de recreo, todavía conserva algunos aromas de su vieja actividad pesquera. Por ejemplo, todas las mañanas se levanta un mercadillo de pescado en el muelle de los Belgas, al fondo del Viejo Puerto, y allí entre brillantes piezas recién capturadas, aún moviéndose en medio palmo de agua, se venden los llamados ojos de Santa Lucía de brillantes colores. En realidad es una parte del caparazón del caracol, pero en esta tierra de la Provenza se considera que dan buena suerte, y se compran con la misma naturalidad que un periódico o un paquete de cigarrillos. Al lado de los puestos de venta, los barcos de los pescadores se mezclan con los que llevan a los turistas de paseo por la costa o de excursión a las islas cercanas, con ese bullicio de pequeña fiesta de día soleado. Hasta el mediodía, el mercado es uno de los lugares más concurridos, animados y bulliciosos de esta ciudad marinera y milenaria.

El Puerto Viejo es sin duda el lugar más animado de Marsella. Poblado de veleros, protegido por fortalezas y rodeado de terrazas donde dejar pasar el tiempo con un café, una copa de vino o, la bebida típica aquí, un pastís, una especie de anís que se sirve aguado. Mención aparte, merece otra de las bebidas típicas, la absenta, con casi 90 grados de alcohol, que popularizaron artistas y escritores como Wilde, Van Gogh, Baudelaire, Manet, Picasso, Degas y Hemingway, entre otros, con la que encontraban la inspiración. En 1888 Van Gogh, según el mito, ebrio de absenta, se cortó el lóbulo de la oreja y se lo dio a una joven meretriz. La bebida, que estuvo prohibida durante años y aún lo está en ciertos países, hay que tomarla siguiendo un rito especial: se sirve en un vaso con forma de campana, se coloca una cucharilla con agujeros y encima un terrón de azúcar y se vierte agua muy fría lentamente para que el azucarillo se disuelva y se mezcle con el alcohol y el agua. Hay que beberlo de un trago.

En torno al puerto hay muchos restaurantes y no hay que perder la oportunidad de disfrutar las especialidades marsellesas: la célebre bullabesa, una sopa de pescado que se come dos veces, primero la sopa y luego de nuevo sopa con el pescado y los mariscos con que se ha cocinado, los «pieds et paquets» (carne picada con especias y bacon) y las «navettes» (bizcocho en forma de barco con sabor a naranja).

Recorriendo la ciudad

Desde el puerto se abren caminos para explorar. No es Marsella ciudad de grandes monumentos, pero sus dos iglesias principales, que se observan desde casi cualquier punto de la urbe merecen una visita. La Mayor Vieja (declarada Monumento Histórico en 1840) data de mediados del siglo XII, aunque ya había edificaciones aquí desde el V. Se trata de un bello ejemplo de arquitectura románica provenzal, que fue construido en piedra rosa de las canteras de la Corona. La Mayor Nueva (declarada Monumento Histórico en 1906) es de estilo románico bizantino, tiene forma de cruz latina, con un deambulatorio. Es de resaltar la fachada adornada con estatuas de Cristo, de los apóstoles San Pedro y San Pablo y los Santos de la Provenza.

La Canebière es la avenida más famosa del Midi francés, con detalles que unas veces recuerdan a la Gran Vía madrileña y otras a las Ramblas de la Ciudad Condal, pero con un ambiente muy cosmopolita, tiendas árabes, restaurantes turcos, pequeños bazares…. Por otro lado, abundan los barrios antiguos apenas alterados por la guerra, con plazas pobladas de restaurantes, cafés y librerías y un puñado de calles estrechas que luego dan paso a grandes avenidas. Hay rincones, como los alrededores de la Vielle Charité o el espacio donde se encontraban los antiguos arsenales, que surgen como descubrimientos y en los que vale la pena detenerse. Hay que pasear también por el homogéneo bulevar Longchamp, bordeado de plátanos bellos edificios y palacetes. Según la riqueza y los deseos de cada propietario, el inmueble está más o menos ornamentado, sobre todo en la parte superior de las puertas de entrada y en los marcos de las ventanas. La mayor parte de estos edificios poseen un jardín orientado al sur. Longchamp da nombre también al más lujoso palacio de Marsella, que pretende reflejar el poder de la ciudad en la segunda mitad del siglo XIX. El monumento, que se inauguró en 1869, conmemoraba la llegada de las aguas del canal de la Durance a Marsella. Reunía en un mismo lugar el Museo de Bellas Artes, el Museo de Historia Natural, un parque botánico y zoológico. La rica decoración del edificio evoca la abundancia y la fertilidad que traen consigo las aguas del canal.Sus colecciones le han valido ser clasificado en la primera categoría de museos, entre otros nueve grandes museos de Francia.

En la parte más alta de la ciudad siempre se localiza la silueta de Notre Dame de la Garde, donde hay que subir preferentemente a la puesta de sol para contemplar el espectáculo de esta ciudad sureña desparramada, con la presencia constante del Mediterráneo. Porque para sentir Marsella también es imprescindible asomarse al mar, recorrer la gran avenida, la «corniche» del Presidente Kennedy, que luego continúa hacia ese espectáculo de roca y mar que son las Calanques.

Al borde del mar

A lo largo de este bonito paseo que domina el mar desde la Ensenada de los Catalanes hasta el Parque Balneario del Prado se pueden descubrir vistas magníficas de las islas del Frioul y el castillo de If. En el siglo XIX, los ricos comerciantes se construían casas magníficas de las cuales aún quedan muy buenos ejemplos. Están escondidas, protegidas de las miradas de los curiosos, en parques con una frondosa vegetación. Los ejemplos más notables son el Château Berger y la Villa Valmer.

Entre Callelongue y Port Pin, a lo largo de 20 kilómetros suntuosos acantilados blancos se desploman sobre el mar. Son las Calanques, esos dedos de esmeralda sumergidos en la roca que se formaron hace 12.000 años, cuando el nivel del mar subió hasta invadir los valles, tras un lento recalentamiento que siguió a los periodos glaciares. Las condiciones de fuerte sol, de viento y de sequedad, dieron nacimiento a una flora rica de unas 900 especies vegetales, de entre las cuales unas cincuenta están protegidas por la ley. También en sus acantilados anidan algunas especies de pájaros poco frecuentes y muy destacables: el águila de Bonelli, el halcón peregrino, el búho real….

Cómo ir:

Las compañías Air Nostrum (www.iberia.com) y Ryanair www.ryanair.com) tienen vuelos directos diarios desde Madrid y Barcelona.

Más información:

www.marseille-tourisme.com

www.franceguide.com